La defensa del trabajo contra las pretensiones del capital (Parte I)
Extraido de Açao Humana Texto de Thomas Hodgskin;Hodgskin planteó la cuestión de cómo el producto de su trabajo puede ser apropiado por los obreros que participan en los trabajos que, por su naturaleza, son colectivos.La respuesta radica en la capacidad de cada uno de retirar su trabajo de la empresa colectiva en caso de que su salario no compense la percepción del duro trabajo y las dificultades del mismo. La lección para la autogestión obrera es que los salarios serán apropiados por los trabajadores dentro de la empresa a través de la “negociación en el mercado”. Kevin Carson
La asociación, en sí misma, no es crimen; al contrario, es el principio por lo cual las sociedades se mantienen cohesionadas. Cuando el gobierno supone su existencia amenazada, o el país en peligro, apela a todos nosotros para que nos asociemos en pro de su defensa. «Las asociaciones de trabajadores deben ser reprimidas» -declara el Gobierno, por la voz del Sr. Huskisson. Frecuentemente, hace alianzas con otros Gobiernos, o hace asociaciones para guerrear y derramar sangre y apela a toda la nación para unirse cuando el objetivo es saquear y masacrar inofensivos individuos de algún Estado vecino; frecuentemente, tales asociaciones se cubren con todos los epítetos del vocabulario de la gloria.Ninguna asociación parece injusta o nociva, en la perspectiva del Gobierno, sino las nuestras, que tienen el objetivo de obtener una remuneración más justa por nuestro trabajo. Es un crimen hediondo a los ojos de nuestra legislatura, compuesta exclusivamente por capitalistas y señores de la tierra, no representando otros intereses sino los suyos propios, que intentemos, por cualesquier medios, conseguir para nosotros y nuestra familia una subsistencia satisfactoria -una parte mayor de nuestro propio producto que la que nuestros patrones deciden concedernos. Todos los demonios morales, que siempre infestaron la sociedad, son evocados por los clérigos a causa de la perseverancia en nuestras reivindicaciones. Para reprimir las asociaciones, ellos se alejaron de principios considerados sagrados por más de doscientos años. Hicieron también una ley entregándonos a la justicia como vagabundos y ladrones, y vamos a ser condenados, prácticamente, sin ser oídos y sin el privilegio y la formalidad de un juicio público.Todo lo que somos forzados a sufrir, todo aquello que nos ha sido infligido, ocurre a causa de la primacía del capital. «El capital» -dice Huskisson -, «aterrado, saldrá del país y los trabajadores apenas orientados, a menos que paren a tiempo, traerán la ruina sobre sí mismos y sobre nosotros.» «El capital» -dice el Marquês de Lansdowne -«debe ser protegido. Si sus operaciones que no tuvieran la garantía de la libertad, si fueran controladas por entidades de obreros, dejarían este país por otro más favorable.» El capital, si creyéramos en esos políticos, desarrolló Inglaterra y la falta de capital es la causa de la pobreza y de los sufrimientos de Irlanda. Bajo la influencia de tales ideas, ninguna ley para la protección del capital es considerada suficientemente severa y pocas personas, o nadie, excepto los trabajadores, ven error o injusticia en el modo usual de que desprecien sus argumentos y de que rían delante de su sufrimiento.De hecho, la legislatura, el Gobierno y, especialmente, nuestros patrones contestan a nuestros argumentos tan solo por una referencia a la antigua condición del trabajador o a la condición de este en otros países. Lo dicen para que nos quedemos contentos porque no estamos tan completamente oprimidos como los maltratados campesinos irlandeses, que sufren bajo un sistema más opresivo que el que nos aflige. A causa de ellos, nosotros también estamos destinados a sufrir, a la vez que ellos son traídos hacia aquí, a los magotes, y rebajan los salarios de nuestra mano-de-obra. Por eso, no podemos tener ninguna esperanza de convencer al público o de apelar para la vergüenza de aquellos que son ricos, como consecuencia de nuestro trabajo, y que se mofan de la pobreza y del sufrimiento que causan, atribuyendo estos a las costumbres de otras sociedades, del pasado o del presente.Las pretensiones del capital, estoy en lo cierto, son sancionadas por una costumbre prácticamente universal y, mientras el trabajador no se sintió lesionado por él, nada le llevaba aoponerse a tal costumbre con argumentos. Pero ahora que la práctica estimula la resistencia, estamos obligados, hasta donde es posible, a derrumbar la teoría en la cual se fundamenta y se justifica. Y, así pues, contra esa teoría que mis argumentos serán dirigidos. Pero, cuando levantamos la cuestión tanto de los argumentos del capital como del trabajo, habremos avanzado sólo un paso en la definición de lo que deben ser ahora los salarios del trabajo. Las otras partes de la investigación, confío, serán levantadas por algunos de mis compañeros trabajadores y me contentaré, en el momento, con el examen de los argumentos de los capitalistas, tal como esos argumentos son defendidos por las teorías de la economía política.:: La Defensa del Trabajo Contra las Pretensiones del Capital (p. 312/313), Thomas Hodsgkin.
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