La farmacia autogestionada
En el libro Radical, de Ricardo Semler, sobre el que hablaré otro día, se menciona un caso interesante sobre la participación de los empleados en la gestión de una farmacia.
Semler, un empresario radical caracterizado por sus métodos de gestión democrática y descentralizada, consiguió persuadir al propietario de una red de farmacias para que pusiera en práctica sus ideas.
El propietario era escéptico: creía que los métodos de Semler, que regentaba –si se le puede llamar así- una empresa de maquinaria industrial, no serían apropiados para pequeños establecimientos de dos o tres empleados.
Le hizo varias preguntas. En primer lugar, le preguntó que quién determinaba el orden de las medicinas en las estanterías; a lo que el farmacéutico le replicó que él y su socio. Solían clasificarlas alfabéticamente para que así pudieran localizarse mejor.
Semler era escéptico, pero continúo con el interrogatorio, preguntándole quién determinaba los horarios –cruciales a la hora de hacer las guardias- o los sueldos de los empleados. Por supuesto, la respuesta siempre era: “mi socio y yo lo hacemos”.
Ricardo Semler convenció al farmacéutico para que le concediese una sola de sus farmacias para experimentar sus ideas. Contactó con los empleados, se informó sobre sus tareas y les habló de la experiencia de su empresa. A los seis meses el propietario de las farmacias llamó a Semler y le comentó la evolución. Hasta el orden de las medicinas sufrió cambios:
Resultó que la disposición alfabética les obligaba a menudo a subir por escaleras altas. Con el nuevo sistema, las medicinas estaban colocadas de acuerdo con la frecuencia con que se solicitaban. Eso significaba que las aspirinas se hallaban en una balda baja junto a las vitaminas y las tabletas contra el ardores de estómago.
Y, por supuesto, los horarios:
Había tres empleados en la farmacia: dos mujeres con experiencia comercial y un joven que era el farmacéutico. Todos eran solteros y les desagradaba la irregularidad de horarios laborales que afectaba a su vida social. Así que iniciaron su experimento, solicitando que se les permitiese determinar los horarios. Cada uno trabajaba al mismo tiempo, pero concibieron un sistema de rotación que facilitaba organizar con antelación su tiempo de ocio.
Los empleados terminaron por hacer los pedidos en las cantidades que ellos estimaban necesarias, sugiriendo incluso ampliar la línea de productos con champús anticaspa o cremas solares. Finalmente, la motivación de los empleados aumentó, con ella los ingresos del establecimiento, y se propuso un plan de participación en los beneficios.
La moraleja es que los equipos autogestionados no solo funcionan en empresas de tecnología punta, donde los “talleres bohemios” o los “equipos de campeones” son la regla, sino también en sectores aparentemente tan poco innovadores como las farmacias. Existen montones de detalles –como el orden de los medicamentos- que los jefes pueden pasar por alto pero que facilitan el trabajo de los empleados y pueden redundar en una mayor eficacia del trabajo y, en última instancia, mayores beneficios para la empresa.
Los equipos autogestionados son cruciales cuando la eficiencia del trabajo es mucho más importante, y las huelgas, el deterioro del material y el absentismo son problemas endémicos (p. ej. en plantas industriales). Pero si todo lo necesario para entrar en el sector servicios consistiera en adquirir el capital suficiente para comprar un local y unas cuantas hamburguesas; y si un sistema de banca libre permitiera la existencia de toda una red de bancos de microcréditos que financiasen proyectos a pequeña escala, las pequeñas cooperativas de trabajadores podrían ser la forma de organización dominante en el sector servicios.
Ludwig von Mises solía decir en tono burlón que los trabajadores se creían muy capaces de dirigir los medios de producción; después de todo, quizá sea cierto.
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One Response to La farmacia autogestionada
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« La banca mutualista funciona Murray Rothbard como libertario de izquierdas »
«Ludwig von Mises solía decir en tono burlón que los trabajadores se creían muy capaces de dirigir los medios de producción; después de todo, quizá sea cierto.»
Mises escribía lo que los capitalistas querían oir.
Por otra parte muy bueno el artículo, me ha gustado bastante, la libertad y la descentralización no es algo útil sólo desde el punto de vista ético y moral, sino desde el punto de vista utilitario.
Sigue así Víctor.
Saludos