Socialismo de estado y anarquismo
Por Víctor L.
Con el permiso de Tsekub, subo dos fragmentos del Socialismo de Estado y anarquismo de Benjamin Tucker que tradujo hace algún tiempo. La versión ampliada y revisada recientemente por él puede encontrarse aquí, nosotros solo publicamos los capítulos de Los cuatro grandes monopolios y La abolición del Estado.
Son sencillamente geniales: Tucker no se desvía por las ramas, utiliza un lenguaje asequible, resume la tesis mutualista de una forma muy clara y es fácil de entender. Adaptado a los tiempos sería perfecto para un panfleto.
Los cuatro grandes monopolios
De estos últimos distinguieron cuatro de importancia principal: el monopolio del dinero, el monopolio de la tierra, el monopolio de los aranceles o tarifas y el monopolio de las patentes.
El monopolio que consideraron más importante, debido a sus nocivos efectos, fue el monopolio del dinero, que consiste en el privilegio dado por el gobierno a ciertos individuos, o a quienes detentan ciertos tipos de propiedad, para poner en distribución los medios de cambio, un privilegio que es actualmente fiscalizado en este país por una impuesto nacional del 10% sobre cualquier persona que intente poner en circulación un medio de cambio, y por leyes estatales que consideran un delito la emisión de moneda. El resultado es que los beneficiarios de este privilegio controlan las tasas de interés, el precio de los alquileres de las casas y edificios, y los precios de los bienes y mercancías en general – las primeras directamente y los dos últimos de forma indirecta. Según Proudhon y Warren, si el negocio de la banca fuera libre para todos, cada vez entrarían en él más y más personas hasta que la competencia reduciría las tasa de interés de los préstamos al costo del trabajo de gestionar el préstamo, que las estadísticas muestran que es menor del 0,75%. En ese caso, los millares de personas que actualmente se abstienen de entrar en un negocio por las ruinosamente altas tasas de interés que deben pagar por el capital que necesitan para comenzar y mantener su negocio hallarían muchas menos dificultades en su camino. En el caso de poseer propiedades que no deseen convertir en dinero a través de su venta, podrían utilizarlas como garantía de un préstamo bancario por una cierta proporción de su valor de mercado a menos del 1% de descuento. Si no tuviesen propiedades pero fuesen personas industriosas, honestas y capaces, serían capaces, por lo general, de obtener un número suficiente de avales conocidos y solventes y recibir así un préstamo bancario en condiciones igualmente favorables. Las tasas de interés caerían en picada. Los bancos, en realidad, no estarían prestando capital sino haciendo negocios con el capital de sus clientes. Negocio que consistirá, básicamente, en un intercambio de los conocidos y ampliamente disponibles créditos de los bancos por los créditos desconocidos, pero igualmente buenos, de los clientes y un cargo consiguiente de menos del 1%, no como un interés por el uso del capital sino como un pago por el trabajo de gestión bancaria. Esta facilidad para adquirir
capital daría un impulso nunca visto a los negocios y, en consecuencia, crearía también una demanda nunca antes vista de trabajo. Una demanda que siempre estaría por encima de la oferta, precisamente lo contrario de la condición actual del mercado laboral. Se harían realidad así las palabras de Richard Cobden cuando dice que si dos trabajadores andan detrás de un empleador, los salarios caen, pero que si dos empleadores andan detrás de un trabajador, los salarios suben. El trabajo estaría, así, en condición de dictar sus condiciones y asegurar su salario natural, el producto entero. Así, de un solo golpe, se harían bajar las tasas de interés y subir los salarios. Pero esto no es todo. Caería el lucro del comercio también. Porque los mercaderes, en lugar de comprar a crédito y a precios altos, al conseguir dinero en los bancos a menos del 1% de interés, comprarían al contado y a precios bajos y, correspondientemente, reducirían los precios de sus bienes al consumidor. Y, de esta manera, caerían también los alquileres de los inmuebles. Porque nadie que pueda conseguir capital al 1% de interés para construir una casa por si mismo aceptaría pagar renta a una agencia inmobiliaria o a un dueño de casa a una tasa más alta que ésa. Tales son las consecuencias que, según Warren y Proudhon, derivarán de la simple abolición del monopolio del dinero.
El segundo monopolio en importancia es el monopolio de la tierra, cuyos efectos nocivos se pueden apreciar, sobre todo, en países predominantemente agrícolas como Irlanda. Este monopolio consiste en que el gobierno otorga títulos de propiedad sobre la
tierra a personas que no son, necesariamente, las que la ocupan y cultivan. Warren y Proudhon advirtieron claramente que, tan pronto como los individuos dejaran de ser protegidos por sus pares en nada que no sea la instalación y cultivo personal de la tierra, la renta de ésta desaparecería y la usura tendría una pata menos sobre la cual sostenerse. Sus seguidores de hoy estamos dispuestos a modificar este enunciado y admitir que la muy pequeña fracción de renta de la tierra que no descansa en el monopolio sino en la superioridad del suelo u otros factores similares (clima, ubicación geográfica, etc.) continuará existiendo por un tiempo y, quizás, por siempre, aunque tenderá siempre a un mínimo en situación de libertad. Pero la desigualdad de los suelos que da lugar a la renta económica de la tierra, así como la desigualdad en los talentos humanos que da lugar a la renta del rendimiento en el trabajo, no es una causa de preocupación seria ni siquiera para el más apasionado enemigo de la usura, pues su naturaleza no es la de una semilla de la cual otras y más graves desigualdades pueden surgir sino, más bien, la de una rama decadente que acabará por marchitarse y caer.
En tercer lugar tenemos el monopolio de los aranceles o tarifas, que consiste en fomentar la producción a altos precios y bajo condiciones desfavorables al gravar con impuestos a aquellos que fomentan la producción a bajos precios y en condiciones favorables. El efecto negativo de este monopolio bien podría ser llamado falsa usura en lugar de usura, porque obliga al trabajador a pagar un impuesto no por el uso del capital sino, más bien, por el mal uso del mismo. La abolición de este monopolio resultaría en una gran reducción de los precios de todos los artículos gravados con impuestos y el ahorro que esto supondría para los trabajadores que consumen dichos artículos sería un paso más hacia la consecución del salario natural de su trabajo, su producto entero. Proudhon admitió, sin embargo, que la abolición de este monopolio antes de la abolición del monopolio del dinero sería una política desastrosa y cruel. En primer lugar por que los efectos negativos de la escasez de dinero, escasez creada por el monopolio del mismo, serían intensificados por el flujo de dinero hacia el exterior del país causado por el aumento de las importaciones sobre las exportaciones y, en segundo lugar, porque los trabajadores del país que están ahora empleados en las industrias protegidas quedarían desempleados y enfrentando el peligro de morirse de hambre al no existir la insaciable demanda de trabajo que un sistema competitivo de dinero crearía. Proudhon insistió en que, como una condición previa para el libre comercio de bienes con los países extranjeros, debe existir libertad de comercio con el dinero al interior del país, con la consiguiente abundancia de dinero y de trabajo.
En cuarto lugar tenemos el monopolio de las patentes, que consiste en la protección de los inventores y autores contra la competencia por un período lo bastante largo como para permitirles extraer una recompensa muy por encima del trabajo empleado -en otras palabras, en dar a cierta gente un derecho de propiedad por un período de años sobre las leyes de la Naturaleza, y el poder de gravar con tributos a otros por la utilización de esta riqueza natural, que debe estar abierta a todos. La abolición de este monopolio infundiría en sus antiguos beneficiarios un sano temor a la competencia, temor que les haría sentirse satisfechos con un pago por sus servicios igual al que otros trabajadores obtienen por los suyos. Pago que estaría asegurado, por otra parte, al colocar, desde el principio, sus productos y trabajos en el mercado a precios tan bajos que su rubro de negocios no sería más tentador, para los potenciales competidores, que cualquier otro rubro.
La abolición del Estado
El desarrollo de este programa económico consistente en la destrucción de estos monopolios y su sustitución por la más libre y amplia competencia condujo a sus autores a la percepción del hecho que todo su pensamiento descansaba sobre un principio fundamental, la libertad del individuo, su derecho de soberanía sobre sí mismo, sus bienes y sus asuntos y de rebelión contra los dictados de la autoridad externa. Tal como la idea de quitar el capital a los individuos y dárselo al gobierno encaminó a Marx en una ruta que termina en hacer al gobierno todo y al individuo nada, la idea de quitar el capital de los monopolios patrocinados por el gobierno y ponerlo al alcance fácil de todos los individuos encaminó a Warren y a Proudhon por una ruta que termina por hacer del individuo todo y del gobierno nada. Si el individuo tiene derecho a gobernarse a sí mismo, toda autoridad externa es tiranía. De aquí se sigue, lógicamente, la necesidad de abolir el Estado. Esta fue la conclusión natural a la cual Warren y Proudhon llegaron y se convirtió en el artículo fundamental de su filosofía política. Es la doctrina que Proudhon llamó An-arquismo, una palabra derivada del griego, que no significa necesariamente ausencia de orden, como generalmente se supone, sino ausencia de dominio. Los anarquistas son, simplemente, demócratas jeffersonianos hasta las últimas consecuencias y sin miedo de éstas. Creen, de verdad, que “el mejor gobierno es el que menos gobierna” y el que gobierna menos es el que no gobierna en absoluto. Niegan a los gobiernos apoyados por impuestos obligatorios incluso la simple función policial de proteger a las personas y a la propiedad. La protección es una cosa a ser asegurada, en la medida de lo necesario, por asociaciones voluntarias y mediante la cooperación para la autodefensa o como un bien a ser comprado, como cualquier otro bien, a las personas que ofrezcan el mejor servicio al menor precio. Desde su punto de vista, es una invasión de la libertad del individuo obligarlo a pagar para sufrir una protección que no ha sido solicitada y que no es deseada por él. Además, establecen que la protección se volverá cada vez más innecesaria en el libre mercado, después que la pobreza y, consecuentemente, el crimen hayan desaparecido a través de la realización de su programa económico. Los impuestos obligatorios son el principio vital de todos los monopolios, y la resistencia, pasiva pero organizada, contra el cobrador de impuestos, realizada en el momento apropiado, será uno de los métodos más efectivos para lograr sus propósitos.
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3 Responses to Socialismo de estado y anarquismo
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Aquiles, que verso y que prosa, conmovedor.
Estoy de acuerdo en que es una magnifica propaganda, es una base, un reclamo, corto, para nada pesado y facil de asumir en cuanto a gastos, la cuestion es no solo plantearlo, sino hacerlo, YA. Solo con ponerme en la salida del metro de ciudad universitaria media hora puedo repartir mas de 1000 folletos. Yo creo que es hora de ponernos manos a la obra y pasar a la accion y creo que esta es la mejor forma de hacerlo, quien este conmigo que apoye la mocion, no es solo el revivir una idea olvidada en la memoria de la Historia, sino el dar el primer paso en el camino de la libertad.
Evidentemente se necesita un fondo , pero sufragado por un numero ingente de mutualistas saldria por una cantidad irrisoria, meramente simbolica, aunque de eso se podria hablar en una “reunion” via msn, ademas de que es una buena forma de quitarnos el caparazon de revolucionarios de salon.
A mi me parece buena idea, aunque lo del número ingente de mutualistas va a estar jodido. Siempre les podemos pedir una parte a los de anarco.org :p. Yo apoyo la moción, pero en Bilbao lo de repartir 1000 panfletos en el metro chungo. En todo caso dejarlos en la facultad de las universidades, que es otra historia.
Lo primero a determinar es si el mensaje anarquista debe dirigirse directamente al pueblo (panfletos, grafittis, teatro popular, etc) o a los intermediarios (intelectuales, maestros, curas, científicos, artistas, etc)